¿Hasta
dónde vale la pena arriesgar? La pregunta, por supuesto, admite siempre
un contexto. Ese contexto lo ofrece la dinámica irrepetible de cada
partido. Uno de los paisajes que hoy abunda en el fútbol mundial es la
utilización del arquero como el intérprete del primer pase de un equipo.
La
tendencia imparable de apoyarse en el arquero para desarticular la
presión inicial del rival o para encontrar una mejor opción e intentar
salir limpio desde el fondo de la cancha, se extendió a favor de las
influencias futbolísticas que fue irradiando el Barcelona desde hace
varios años.Los arqueros pasaron a protagonizar o en todo caso a acompañar el manejo de la pelota en campo propio. Los técnicos les piden a los arqueros que cultiven el pase, más allá de la función específica de atajar. ¿Pero están todos capacitados para hacerlo? Algunos sí, otros no tanto. Y otros directamente, no. Por lo menos por ahora. Lo mismo ocurre con los defensores. La adaptación a nuevas exigencias los precipita, casi sin escalas, a la virtud o al error. No hay términos medios. No hay zonas grises.
El martes 27 de junio, en ocasión del 1-1 entre Independiente y Lanús, el buen arquero uruguayo Martín Campaña eligió sacar desde el fondo una pelota algo comprometida para el volante Nery Domínguez. Frente a la presión inminente de un adversario, Domínguez, dubitativo, la cruzó pésimo hacia su izquierda para Tagliafico que no llegó a corregir el error de su compañero. Y de esta acción nació el gol de Lanús conquistado por Aguirre, después de recoger un bombazo de Sand, tras pase de Silva, que se estrelló en el palo izquierdo.
Unos minutos antes del gol de Lanús, Campaña, en la búsqueda de organizar la salida de Independiente, le dio un pase a Franco presionado por Acosta sobre el borde lateral derecho del área que lo obligó al defensor a hacer una maniobra de riesgo para no perder la pelota. Franco se apoyó en Bustos, tocó con Domínguez y ese eventual riesgo se disipó. Fue el preanuncio de lo que poco después sucedería, aunque con otro desarrollo y otro final.
A esta altura, una frase breve se constituye en un interrogante que vale la pena abordar: ¿es útil y conveniente arriesgar siempre? La respuesta es simple, casi de manual: no. Arriesgar siempre, sin interpretar los distintos contextos y las diferentes circunstancias que se expresan en un partido, revela ausencia de mirada selectiva. Falta de concepto. En el fútbol, como en cualquier otro deporte, una de las claves es saber elegir. Cuando si, cuando no. Y esto no lo puede determinar desde afuera un entrenador. Lo determina aquel que está jugando. Aquel que decide dentro de la cancha.
Si el que está adentro de la cancha termina decidiendo siempre lo mismo (en este caso arriesgar demasiado la pelota en la salida, en un partido cerrado y definitorio), significa que estamos en presencia de problemas. ¿Qué tipo de problemas? De obediencia extrema. De cumplir indicaciones a rajatabla. De no medir lo que siempre hay que medir para no caer en automatismos: los beneficios o los inconvenientes que le puede traer a un equipo una intervención fallida.
A veces o muchas veces es adecuado que el arquero participe de manera activa en la elaboración prolija y precisa de una salida. Pero a veces, cuando se reducen los espacios y aumentan las dificultades, lo más recomendable es saltar líneas y meter un pelotazo (a nadie se le can a caer los anillos), aunque sea a dividir. El efecto que se persigue es clausurar los riesgos innecesarios. Y bloquear la posibilidad de un error forzado o no que puede llegar a ser irreparable, como por ejemplo el gol que le convirtió Lanús a Independiente.
Los jugadores siempre interpretan a los técnicos. En la interpretación también queda en primer plano la lectura del jugador para radiografiar los momentos de cada partido. Y los momentos indican ahora sí y ahora no. Como en todas las situaciones del juego. Repetir una consigna aprendida en las prácticas puede ser fácil. Repentizar y cambiar sobre la marcha no es fácil. Y de esto se trata. De repentizar. De cambiar para evitar un problema. Y de saber elegir. Para no ir de contramano. Y terminar chocando.
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