Por EDUARDO VERONA @eduardoverona
La grave situación económica que viene padeciendo Independiente, por supuesto condiciona la labor que tiene que desarrollar el entrenador, obligado a conducir a un plantel que se desintegra y además alejado de cualquier aspiración deportiva.
Es una pena lo que le toca vivir a Lucas Pusineri en
Independiente. Una pena que trasciende incluso a Pusineri. Porque las complejas
circunstancias económicas por las que viene atravesando Independiente desde que
se consagró campeón de la Copa Sudamericana el 13 diciembre de 2017, remiten a
la más pura desolación.
Cuando Pusineri arribó como entrenador del Rojo en los
primeros días de enero de este año, de ninguna manera podía imaginarse como
testigo de semejante decadencia. Apenas asumió, seguramente no esperaba encontrarse
con un plantel tan alejado de la historia futbolística del club. Ese plantel
que había heredado, primero de ese manipulador de las emociones ajenas que fue
Ariel Holan y luego del hiperquinético Sebastián Beccacece, se fue
desintegrando a una velocidad incontrolable.
La
realidad es que a Pusineri lo dejaron en el medio de un baile sin posibilidades
de bailar con nadie. Porque la política que instrumentó la dirigencia que
lidera Hugo Moyano es la de desmantelar por completo el equipo, después del despilfarro
que protagonizó bajo la gestión de Holan, convertido por aquellos días en una
especie de CEO con facultades y atribuciones desproporcionadas para cualquier
entrenador.
A partir de allí, Independiente colapsó. Y la dimensión de ese colapso económico y financiero se fue revelando con claridad absoluta desde el 2018 en adelante. La cantidad de jugadores que incorporó Independiente (22 con Holan, 6 con Beccacece) sin chapa ni recursos para vestir su camiseta, expresaron el perfil de una discapacidad operativa con muy pocos precedentes. Porque los errores en el delicadisimo rubro de las compras y ventas delataron un nivel de desconocimiento dirigencial imposible de disimular, aun para sus aliados más incondicionales.
Afirmar que
Independiente se autodestruyó en un momento muy favorable, luego de consagrarse
en Brasil frente al Flamengo, no admite dudas. Se autodestruyó despojándose de
todo tipo de responsabilidades. Y a su vez transfiriendo responsabilidades en
nombre de los contextos desfavorables, del aumento del dólar, de la crisis del
país, de las persecuciones políticas previas a la asunción de Alberto Fernández
como presidente de la Argentina, del Covid-19 y de todo lo que fuera
considerado útil para victimizarse.
Bajo las luces y las sombras de este escenario de altísima
complejidad, plantear que Pusineri está fuertemente condicionado por una
atmósfera de negatividad incuestionable, sería muy difícil de rebatir. Se le
caen jugadores todos los días y aquellos que todavía continúan en el club (como
por ejemplo es el caso de Juan Sánchez Miño, entre otros) ya manifestaron sus
deseos de abandonar Independiente en la medida que aparezca en el horizonte una
oferta del fútbol argentino o del exterior.
¿Cómo
debe procesar Pusineri este panorama desalentador? Por ahora, denunció ser
políticamente correcto. Tan políticamente correcto que de cara a la prensa no
ha elevado ningún reclamo ni insatisfacción evidente. Esta fue su postura
pública: un silencio atronador. Como si todo lo que girara a su alrededor no lo
perturbara.
Y claramente
lo afecta. Como afectaría a cualquier técnico que viese el debilitamiento
progresivo del plantel sin que lo acompañe ninguna noticia favorable. Porque
las señales que emite Independiente van en una sola dirección: bajar el
presupuesto, achicar el plantel y consolidar una búsqueda de talentos juveniles
para armar un equipo a futuro, activando un gran voluntarismo.
La tarea de
la dirigencia a poco menos de un año y medio de las próximas elecciones es
promover una etapa de gran ajuste futbolístico después de un período de
probadísima ineficacia administrativa.
Pusineri,
aunque pueda encontrar la compañía del manager o secretario deportivo, Jorge
Burruchaga, se asoma como el protagonista de aquella película española de 1978
(posterior a la muerte del dictador Francisco Franco ocurrida el 20 de
noviembre de 1975), en la que descolló José Sacristán: Solos en la madrugada.
Así parece
estar hoy Pusineri. Demasiado lejos de los sueños que tenía cuando hace casi
ocho meses llegó a Independiente en la función de entrenador.
FUENTE: DIARIO POPULAR
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