Creció Independiente bajo la conducción de Ariel Holan.
Creció en resultados y en juego. En resultados su cosecha fue
alentadora: de 20 partidos que disputó sumados los del campeonato, la Copa Argentina y la Copa Sudamericana, ganó 10, empató 9 y solo perdió ante Boca, convirtió 33 goles y le anotaron 15.
En
este período de crecimiento, el equipo brinda buenas señales. Como las
que ofreció, por ejemplo, el pasado miércoles 12 de julio durante el
primer tiempo frente a Deportes Iquique de Chile, al que vapuleó 4-0 en
45 minutos en la mejor producción colectiva desde la asunción del Holan
en enero de 2017. Tuvo todo Independiente en esa etapa: frescura
ofensiva, variantes en la elaboración, asociaciones veloces a un toque,
precisión en la llegada y goles. Un equipo, en definitiva, para que su gente se ilusione.
Lo del segundo tiempo, más allá del 4-2 final que compromete la clasificación a la próxima ronda porque tendrá que jugar el miércoles 2 de agosto en de Calama (2500 metros sobre el nivel del mar y a 1600 kilómetros al norte de Santiago de Chile), dejó una sensación inocultable: el equipo todavía está verde. Y Holan (se equivoca cuando insiste con Meza y desplaza a Benítez) aún no logró sumarle ese instinto depredador que todo buen equipo tiene que expresar.
Regalar como regaló en la segunda etapa el campo y la pelota dejando agrandar a un rival que estaba entregado a sufrir una goleada catastrófica, revela el problema conceptual que atrapó a Independiente y a su conductor. Esta clase de partidos donde se tiene absolutamente todo servido en bandeja no se pueden desaprovechar en nombre de “actitudes inteligentes” que por supuesto no son tales.
La teórica “actitud inteligente” fue descansar en el campo propio, esperar que el equipo chileno se adelantara y salir de contraataque en búsqueda de los espacios. Cambiar en relación a lo que había realizado en la primer tiempo. Cambiar pasividad por iniciativa. Cambiar especulación por ambición. Cambiar una lectura plena por otra lectura básica y primitiva. En el cambio programado en la charla técnica del entretiempo, salió perdiendo en todos los planos. Incluso en la chapa del resultado. Porque si el equipo chileno gana 2-0 de local, clasifica. Y si gana 3-1 también.
Es cierto que cada partido puede dejar una lección para ser interpretada por los jugadores y por el entrenador. En el 4-2 a Deportes Iquique, la lección debería ser grupal. Porque la cadena de errores fue grupal. El técnico, por supuesto, no está a salvo. Se equivocó en modificar lo que no tenía que modificar, que era la postura, la agresividad y la conducta ofensiva del equipo, aunque haya tenido chances para aumentar las cifras.
Suelen ocurrir estos episodios. Un equipo que la rompe y saca una diferencia importante en una etapa y cuando está en condiciones de repetir esa producción en el segundo tiempo ante un adversario sin respuestas, decide tirarse atrás, bajar la marcha y ofrecerle al rival alguna posibilidad de recuperación hasta cerrar el partido muy lejos de completar una buena tarea.
Los buenos equipos (Independiente todavía no lo es a pesar de que supo mostrar una clara evolución desde el arribo de Holan) no le perdonan la vida a nadie. No bajan el pie del acelerador cuando la obra no está concluida. Y si lo hacen, no se exponen casi con inocencia como se expuso Independiente para la revancha.
Holan no atinó durante el letargo del complemento a despertar al equipo. A sacarlo de la improductividad. Porque esto también expresa la repentización valiosa de un entrenador. Si lo que se habló no funciona, promover una variante estratégica sobre la marcha. En el desarrollo mismo del partido. Esto fue, precisamente, lo que faltó. Y lo que delata la falla de Holan en los últimos 45 minutos.
Falla muchas veces naturalizada por los técnicos. Como si no pudieran modificar desde afuera nada de lo que ocurre adentro. Esa especie de resignación en realidad esconde un rictus de impotencia. O de desconocimiento. Los jugadores, protagonistas directos de la aventura del fútbol, se equivocan como nos equivocamos todos. Se equivocan en las decisiones que toman. Y en los rumbos que eligen para encarar un partido. Esto pone a prueba la inteligencia colectiva. La inteligencia del equipo. Su madurez. Su convicción.
Independiente, como quedó dicho, está creciendo con Holan. Esto es evidente. Pero, repetimos, todavía está verde. Aún no maduró. Por eso le dejó una puertita abierta al equipo chileno.
Diario Popular
Lo del segundo tiempo, más allá del 4-2 final que compromete la clasificación a la próxima ronda porque tendrá que jugar el miércoles 2 de agosto en de Calama (2500 metros sobre el nivel del mar y a 1600 kilómetros al norte de Santiago de Chile), dejó una sensación inocultable: el equipo todavía está verde. Y Holan (se equivoca cuando insiste con Meza y desplaza a Benítez) aún no logró sumarle ese instinto depredador que todo buen equipo tiene que expresar.
Regalar como regaló en la segunda etapa el campo y la pelota dejando agrandar a un rival que estaba entregado a sufrir una goleada catastrófica, revela el problema conceptual que atrapó a Independiente y a su conductor. Esta clase de partidos donde se tiene absolutamente todo servido en bandeja no se pueden desaprovechar en nombre de “actitudes inteligentes” que por supuesto no son tales.
La teórica “actitud inteligente” fue descansar en el campo propio, esperar que el equipo chileno se adelantara y salir de contraataque en búsqueda de los espacios. Cambiar en relación a lo que había realizado en la primer tiempo. Cambiar pasividad por iniciativa. Cambiar especulación por ambición. Cambiar una lectura plena por otra lectura básica y primitiva. En el cambio programado en la charla técnica del entretiempo, salió perdiendo en todos los planos. Incluso en la chapa del resultado. Porque si el equipo chileno gana 2-0 de local, clasifica. Y si gana 3-1 también.
Es cierto que cada partido puede dejar una lección para ser interpretada por los jugadores y por el entrenador. En el 4-2 a Deportes Iquique, la lección debería ser grupal. Porque la cadena de errores fue grupal. El técnico, por supuesto, no está a salvo. Se equivocó en modificar lo que no tenía que modificar, que era la postura, la agresividad y la conducta ofensiva del equipo, aunque haya tenido chances para aumentar las cifras.
Suelen ocurrir estos episodios. Un equipo que la rompe y saca una diferencia importante en una etapa y cuando está en condiciones de repetir esa producción en el segundo tiempo ante un adversario sin respuestas, decide tirarse atrás, bajar la marcha y ofrecerle al rival alguna posibilidad de recuperación hasta cerrar el partido muy lejos de completar una buena tarea.
Los buenos equipos (Independiente todavía no lo es a pesar de que supo mostrar una clara evolución desde el arribo de Holan) no le perdonan la vida a nadie. No bajan el pie del acelerador cuando la obra no está concluida. Y si lo hacen, no se exponen casi con inocencia como se expuso Independiente para la revancha.
Holan no atinó durante el letargo del complemento a despertar al equipo. A sacarlo de la improductividad. Porque esto también expresa la repentización valiosa de un entrenador. Si lo que se habló no funciona, promover una variante estratégica sobre la marcha. En el desarrollo mismo del partido. Esto fue, precisamente, lo que faltó. Y lo que delata la falla de Holan en los últimos 45 minutos.
Falla muchas veces naturalizada por los técnicos. Como si no pudieran modificar desde afuera nada de lo que ocurre adentro. Esa especie de resignación en realidad esconde un rictus de impotencia. O de desconocimiento. Los jugadores, protagonistas directos de la aventura del fútbol, se equivocan como nos equivocamos todos. Se equivocan en las decisiones que toman. Y en los rumbos que eligen para encarar un partido. Esto pone a prueba la inteligencia colectiva. La inteligencia del equipo. Su madurez. Su convicción.
Independiente, como quedó dicho, está creciendo con Holan. Esto es evidente. Pero, repetimos, todavía está verde. Aún no maduró. Por eso le dejó una puertita abierta al equipo chileno.
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