Resulta difícil de explicar. Sepan disculpar hoy si el análisis es
pobre. Porque siguen transcurriendo los minutos posteriores al partido y todavía
no se puede creer.
Antes que nada, el equipo no supo aprovechar ninguna de las
ventajas que presentó el cotejo. Si bien los primeros minutos fueron esquivos, (el
Rojo no tuvo la posesión del balón) logró acomodarse promediando la primera
etapa. Inclusive abrió el marcador con un golazo de Rigoni. Luego, tras el
empate del granate, creó múltiples situaciones claras para anotar, algunas
definidas cerca del área chica o con el jugador sin marca frente al arquero.
Ni con un penal a favor, ni con un jugador más (por la expulsión de Aguirre) pudo
convertir el segundo que le hubiese dado la clasificación a la Libertadores.
Hay que tener en cuenta que Lanús prácticamente no atacó en el
complemento. El tanto visitante provino de un mal pase de Nery
Domínguez. No tenía opción y en lugar de despejar quiso jugar la pelota a su
izquierda. La regaló. Antes y después de esa acción, el Diablo tuvo situaciones netas
a través de Benítez, Albertengo, Rigoni, Erviti, Tagliafico, Meza, el penal de
Barco (no puede hacerse cargo un chico de 18 años de la ejecución más
importante de los últimos tiempos) y hasta Sánchez Miño con un cabezazo que
Andrada tapó. Algunos de los que mencionamos no tuvieron una sino dos o
tres oportunidades.
Increíble. Complicado seguir escribiendo. No hay palabras
para expresar la decepción del hincha. Quizás haya que centrarse en que el
equipo dejó todo en la cancha, en que tuvo fútbol y situaciones pero no pudo
embocarla en los tres palos. Por eso los aplausos del final. Pero hay sabor a desilusión,
a bronca. Difícil seguir escribiendo. Nos quedamos sin el brindis del final.
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