Faltan jugadores que piensen.
Quizás estas pocas palabras sirvan para definir una de las deudas más
evidentes que padece el fútbol mundial. Y por supuesto el fútbol
argentino. Apenas asumió el entrenador de Independiente, Ariel Holan, le pidió a la dirigencia reforzar el plantel con el veterano Walter Erviti.
¿Qué busca Holan? Lo que buscan todos: talento. Es cierto, no es un gran talento Erviti, pero en el país de los ciegos el tuerto es rey. Erviti no resiste comparaciones con Riquelme, con Bochini o Beto Alonso.
Román, el Bocha y el Beto están en la selecta galería de los elegidos de todos los tiempos. Naturalmente, Maradona está fuera de concurso. Erviti, por supuesto, no califica en esa selección de grandes celebridades.
Aunque no sea un enganche o un armador clásico (nunca lo fue), sin embargo por estos días Erviti es una figura muy reivindicada. ¿Por qué? Porque los jugadores que piensan la maniobra ofensiva y que se distinguen como tiempistas del pase y la elaboración son contados con los dedos de una mano.
Pensar el fútbol se fue convirtiendo casi en una excentricidad propia de idealistas y románticos inútiles. Como si el fútbol no precisara determinado tipo de construcciones. Y solo se nutriera de intensidades (palabra bastardeada por el uso demasiado frecuente) sobrevaloradas por el ambiente. Como si la intensidad aplicada al juego resolviera todas las dificultades.
A esos talentos silvestres que pueden armar una estupenda jugada de gol con un pase artesanal al espacio se les exige que corran como lobos buscando una presa. Habría que señalar que Riquelme nunca lo hizo. Beto Alonso tampoco. Bochini menos. El Pibe Valderrama igual que el Bocha, aunque el Bocha con su magnífico cambio de ritmo y su manejo y panorama en velocidad fue muy superior a Valderrama.
Erviti no integró ni integra la lista de los grandes corredores, a pesar de que en Boca tuvo un rol más generoso en el despliegue y subordinado a las inspiraciones y el fútbol de autor que siempre expresó Riquelme.
Pero Erviti a sus 36 años sigue gozando de una ventaja fundamental sobre la mayoría de sus colegas más o menos esforzados y voluntariosos: ve la jugada. Anticipa la jugada. Antes de recibir la pelota ya sabe que destino le va a dar. Y esto no se enseña en ningún laboratorio futbolístico. Se tiene o no se tiene. Y sí se tiene puede enriquecerse.
Es muy probable que el último gran exponente del armador clásico sea Andrés Iniesta. ¿Qué hace sobre todo Iniesta? Piensa. Y piensa muy rápido. Más rápido que cualquiera. Toma permanentes decisiones. Arriesga la pelota. Pero en las sumas y restas que se dan en todos los partidos, termina ganando cualquier pulseada táctica o estratégica a favor de su talento, siempre en función de los intereses del equipo.
Los técnicos, en general, no se sienten muy cómodos con la presencia de esta clase de jugadores con una extraordinaria autonomía de vuelo. Julio Falcioni lo vivió con Riquelme en Boca. Riquelme jugaba como quería jugar Riquelme. No le pedía letra a nadie. Los ritmos, las pausas y las aceleraciones eran las que imponía Riquelme. No lo que planteaba Falcioni, más permeable a la verticalidad. El desgaste ocasionado por esta puja inocultable entre el ídolo y el entrenador fue enorme. Y tuvo costos. Lo acosó Falcioni cada vez que pudo. Resistió siempre Riquelme. Y lo rechazó sin groserías. Con su estilo. Con sus ironías. Con su inteligencia. Quizás esa fractura expuesta a la vista de todos dejó al desnudo las miradas distintas que habitan en el fútbol actual. Las de un fútbol industrializado made in Falcioni y que a la vez trasciende a Falcioni. Y las de un fútbol pensado por un pensador de la talla y la dimensión de Riquelme.
La pregunta es simple formularla pero la respuesta es incierta: ¿tendrán herederos Riquelme e Iniesta? Más rebelde Riquelme. Más sensible al sistema Iniesta. Difícil, muy difícil que aparezcan jugadores que logren simplificar la altísima complejidad. Y las altísimas complejidades del fútbol siempre se relacionan con el tiempo y el espacio.
En ese misterio nunca develado no tienen cabida los técnicos por más capaces que sean. Si se creen más importantes e influyentes que los jugadores les van a poner obstáculos. Si en cambio interpretan que le dan al equipo un salto de calidad inobjetable harán lo que hizo Pep Guardiola con Iniesta en el Barcelona: lo respaldó como una pieza clave y confió en sus aptitudes excepcionales.
El arte de pensar y de encontrarle soluciones a los problemas merece recompensas. El buen fútbol las agradece.
Diario Popular
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